domingo, 31 de octubre de 2010

Noche de difuntos

Actualmente se han diluído mucho las costumbres antiguas sobre la noche de Difuntos que era, en realidad, la que iba del día de Todos los Santos al siguiente. Hoy se celebra más la vigilia y las calabazas de Halloween y los disfraces a la americana, desde que ET se tuvo que camuflar para huir de los científicos malvados, han conseguido un gran protagonismo, nos guste o no.

Una de las historias que me daba más miedo de pequeña era la leyenda El monte de las ánimas, recogida de forma magnífica por Bécquer. Recuerdo que antes de leerla la escuché, de pequeña, por la radio. La radio establecía una niebla de misterio a nuestro alrededor, los ruidos eran sugerentes, los silencios, temibles. Aquella voz de ultratumba llamando a la frívola Beatriz, que emanaba de la vieja Telefunken familiar, me produjo un temor horripilante en aquella época infantil.

Años más tarde, trabajando ya de maestra, recuperé la magia de la narración, en esta misma época estacional, leyéndola a un grupo de más de cincuenta alumnos de sexto de la antigua EGB. Era un curso movido y charlatán pero todos escuchaban la historia en silencio absoluto, asustados y concentrados. Casi al acabar alguien llamó a la puerta del aula y el susto fue mayúsculo. Quizás hoy me pondrían una denuncia por asustar a inocentes criaturas en crecimiento, quién sabe...

Un poema que también me evocaba extraños misterios era el de Juan Ramón Jiménez que copio:

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
– ¡campanas que están doblando! –
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero, ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
– ¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario! –
Sentimentalismo, frío.
La ciuded está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.

Me parecía observar un paisaje inquietante y oscuro, al leerlo, con la luna rodeada de nubes y un montón de espíritus condenados atravesando las montañas, al estilo de la Santa Compaña, una leyenda que también escuché, por primera vez, a través de la radio.

Descansen en paz todos nuestros difuntos, aunque ahora ya no les recemos con devoción y algo de aburrimiento aquellas tres partes de rosario tradicionales. Como decían mis padres, son los vivos y no los muertos los que deberían darnos miedo, miedo de verdad.

5 comentarios:

Enrique Sabaté dijo...

Los vivos y los vivales. No importa que hoy nos hayan devuelto a la fiesta pagana, así comenzó.

Júlia dijo...

Gracias por la referencia, Anónimo.

Júlia dijo...

Cierto, Enrique, los vivales más miedo todavía. Asi comenzó, efectivamente.

Francisco Ortiz dijo...

Los temibles vivos, vaya que sí. Y el terror que desprenden los personajes de las películas truculentas que tanto pasan estos días. Un terror que se apaga dándole a un botón, claro. Ojalá otros terrores se apagaran tan fácilmente.

Júlia dijo...

Francisco, los miedos de las películas son como los de los cuentos infantiles. Por eso es más fácil ver una película sobre una guerra que un documental sobre la misma guerra...