sábado, 4 de diciembre de 2010

Tradiciones, costumbres, dogmas y reivindicaciones



Asistí ayer a una tertulia sobre temas históricos, se hablaba del famoso libro de Hobsbawm, La invención de la tradiciónun clásico algo reiterativo, quizá porque los ejemplos que recoge quedan  lejos de nuestra propia historia. Con los años te das cuenta de que todo es mentira, como dice el tango, o que te mueves en un mundo bastante mítico de medias verdades. Necesitamos símbolos, cohesión social, lo que sea, para sobrevivir durante nuestro tiempo en este lugar tan complicado, diverso y, en ocasiones, muy desagradable. Quina sort haver viscut ara i aquí, (qué suerte haber vivido ahora y aquí), me decía un amigo en una ocasión, a pesar de qué perdió el padre en la guerra y pasó, como todos los que tenemos algunos años, tiempos difíciles. Para una mujer todavía resulta más afortunada la casualidad de ese ahora y aquí.

Tenemos tendencia a la queja, nunca estamos del todo satisfechos, aunque no pasemos hambre, ni frío, tengamos un techo y una paguita, una familia más o menos estable, amigas queridas para charlar y un ordenador, que hoy es una ventana abierta al mundo donde se puede encontrar de todo a todas horas, todos queremos más, cantaban durante mi infancia, por la radio. En general, en el mundo occidental hemos avanzado en muchas cosas que a veces nos cuesta admitir. Los lamentos sobre la educación y la conducta de los jóvenes son ancestrales, Plino y Cicerón ya se quejaban del tema. Sin embargo hemos conseguido, de forma general, unas relaciones familares muy distintas de las antiguas que hacen que gran part de la juventud, en encuestas recientes, valore la familia por encima de muchas otras cosas. También en lo moral, en algunos aspectos, al menos teóricos, hemos avanzado.

Las costumbres cambian pero a veces da miedo proponer cambios pues las mejores ideas degeneran cuando se convierten en religiones y dogmas. Pasó con el cristianismo, con el comunismo. Cuando trabajaba en la escuela tenía, al cabo de los años, cierto temor a proponer mejoras, ya que si se aceptaban quedaban enquistadas y convertidas en intocables. Pondré un ejemplo algo frívolo: en los setenta teníamos las clases llenas de niños y niñas, cuarenta y cinco alumnos por aula era una ratio habitual, incluso deseada. En la escuela llegamos a tener dos, tres líneas y en el patio a menudo había problemas con tanta gente. Propuse que los pequeños ocupasen un patio alternativo, en la entrada de la escuela. El tema topó con los privilegios conseguidos, hacíamos turnos de patio y hacerlo en dos espacios comportaba hacer más vigilancia, renunciar a horas libres a la hora de almorzar, a privilegios adquiridos. Al fin ganó la lógica y se dividió el recreo en dos espacios.

Con la bajada de natalidad el colegio se vació, llegaron a cerrarlo y convertirlo en escuela de idiomas. En los últimos tiempos, a finales de los ochenta, teníamos una sola línea, clases incluso con quince alumnos. Propuse volver a hacer los patios conjuntos, daba casi pena aquel gran espacio medio vació. Nadie recordaba que yo había propuesto, hacía muchos años, el cambio anterior. No hubo manera de cambiar nada, siempre lo hemos hecho así, hay una norma en el proyecto de centro que exige dividir los ciclos en espacios... Las razones esgrimidas eran absurdas y no conseguí una mejora que nos hubiese favorecido a todos ya que existía una norma antigua escrita que parecía intocable. La mejora se había vuelto costumbre, ley, dogma, lo de menos era la razón del cambio antiguo.

Pienso en esas cosas a menudo, como hoy, ante esa acción absurda y prepotente de los controladores. Pienso en muchas huelgas surrealistas de nuestro tiempo, huelgas de privilegiados con trabajo fijo por los siglos de los siglos, sostenidas por sindicatos burocratizados, profesionalizados y alejados de la realidad. Costó mucho conseguir ese derecho me dicen los convencidos. Sí, claro, lo consiguieron obreros mal pagados, mal tratados por los poderes estatales, que pasaban hambre y creaban sus sindicatos esforzados y vocacionales, compuestos por trabajadores en activo cuyo lugar de trabajo era absolutamente frágil. Hace pocos días vi un magnífico reportaje por televisión, de una huelga de mujeres del año 82, en una empresa catalana, reclamando igualdad de salario para igual trabajo. Los hombres mentalizados de izquierda no las apoyaron en nada, finalmente consiguieron, con gran esfuerzo, la igualdad que reclamaban.

Aquellos ideales que Pratolini reflejó en sus personajes han pasado a la historia. Quizá tampoco en su tiempo fue la cosa tan bonita y solidaria como la leemos o recordamos, todo se idealiza. Sin embargo, la huelga tiene que revisar su poder como protesta, en nuestro tiempo. Sabemos que no está al alcance de todos los españoles, todavía menos de los que no lo son aún y trabajan como pueden y donde pueden sin o con papeles. Me da algo de repelús el país de nuevos ricos en qué nos hemos convertido y en el cual, como decimos en catalán, estirem més el braç que la màniga. Han llegado tiempos de vacas flacas, no han hecho más que empezar, ya nos avisan cada día quienes no fueron capaces de guardar para el invierno, cigarras políticas que no dudaron en subvencionar fiestas y tonterías que, ay, sabían que les conseguían votos y clientelismo. Por suerte, cada día nos sale algún experto inteligente que predica, propone, profetiza, sabía lo que iba a ocurrir... No entiendo que con tanto sabio vayamos tan mal. Però, bueno, también se creía que cuando un filósofo gobernase todo funcionaría y Marco Aurelio las paso moradas.

La vida es un tango, ya lo decían mis mayores. Lo único que ha mejorado, respecto al precioso tango que incluyó en esta entrada, es que nadie va a probarse la ropa que vamos a dejar. Es mucho más cómodo e higiénico -qué manía nos ha dado por la salud, en los últimos tiempos- comprar cosas nuevas en el bazar chino de la esquina, cosidas a precio mísero en algún lugar ignorado, por obreros y obreras de verdad y quizá sin derecho a huelga. Nos importa? 







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