domingo, 10 de abril de 2011

Reflexiones desacomplejadas sobre lenguas y patrias





Con los años nos volvemos dogmáticos o relativistas. Creo que me estoy volviendo lo segundo, quizá mezclado con una especie de cinismo vital ateo, lo admito. Todo me parece frágil, estructurado según conviene a los poderes vigentes. Lo que ayer estuvo bien, hoy está mal. Como fumar, que fue una muestra de liberación y modernidad y hoy es un pecado de nuestro tiempo, en el cual la salud es un bien intocable, manipulado por la excesiva medicalización que nos ahoga. Si los médicos ya tenían un gran poder, incluso con los reyes, en siglos pasados, hoy la salud se ha convertido en el gran bien a conservar como sea. La salud y la juventud, vana ilusión. Sólo hay que ver los anuncios y programas dedicados al tema que nos endiñan por la tele: colesterol, dieta, agua pura, cocina sana, prevención a todo trapo, compresas y pañales super especializados... Que con tanta propaganda los gastos públicos sanitarios se hayan disparado hasta niveles insostenibles no tiene nada de raro. 

Me gustó siempre la historia, de joven me parecía como un hermoso cuento real y ahora me sigue pareciendo un cuento, actualmente en el sentido irónico de la palabra. Con el tiempo y la lectura te das cuenta del gran engaño de los manuales, incluso de los libros serios escritos por eso que llaman especialistas o expertos. Se trata siempre de interpretaciones interesadas, subjetivas, detrás de las cuales se encuentra la ideología de quién escribe y a veces ni eso, a veces la ideología que en aquel momento vende. Si de etapas históricas que he vivido y sufrido, como el franquismo y la transición, se cuentan cosas tan diversas y contradictorias, ¿cómo no ha de ocurrir lo mismo con aspectos históricos más antiguos, remotos, cuando las crónicas se escribían todavía más al servicio del poder, en un mundo con poca gente capaz de leer y escribir? Incluso la propia historia familiar la sabemos de forma sesgada y la contamos como nos conviene...

Verás que todo es mentira, dice un famoso tango. Lo mismo pasa con los aspectos patrióticos, incluso lingüísticos. La gente habla para entenderse, al principio lo hacía de forma verbal, hasta que nos alfabetizamos y creamos gramáticas y normativas y se dividió el habla y la escritura en lo correcto y lo incorrecto, en lo bueno y lo malo. Las fronteras son artificiales, también las lingüísticas, pues la forma de hablar iba cambiando de forma gradual de un sitio al otra, transformándose de forma más o menos natural en algo distinto. Hace años una muy buena profesora de catalán que tuve me aclaró que en lengua no hay bueno o malo sinó cosas adecuadas o no al contexto.

Para acabar de dividir en bueno y malo se recurrió a eso del dialecto. Si la capital de España se hubiese instalado en Sevilla, cosa que durante un tiempo hubiese podido ser factible, hoy la normativa del español o como le llamásemos sería segurament muy distinta, lo mismo que la ortografía. Italia y Alemania se inventaron un idioma cuando se crearon los grandes estados, unas señas de identidad comunes. La Revolución Francesa se dio prisa en eliminar las formas dialectales y a reducir las lenguas que no eran el francés oficial a patués despreciado. La escuela oficial, con tantos aspectos positivos, intenta siempre conseguir esa unificación que, como agua en un cesto, acaba por escaparse en medio de una realidad viva y cambiante, en la cual influyen tantos factores inesperados.

Hay países del este que se entienden perfectamente hablando, pero por razones patrióticas y para diferenciarse han optado por escribir su lengua en alfabetos distintos. Estudiamos en la escuela algo de geografía pero muy poco sobre esa geografía linguística tan interesada, que las fronteras políticas han intentado definir. En general, siempre ha habido una forma que se ha impuesto a las otras cuando se han creado los grandes estados, las grandes potencias, cosa que destruye la autoestima del minoritario. Sin embargo la vida real, la de los mercados alegres y la buena gente tiene sus necesidades afectivas y de relación y hace falta contar con algo común, para entendernos. 

La transición se hizo como se pudo, pero no entró a fondo en el tema de las aspiraciones regionales o nacionales del país. Quizás una política más igualitaria y respetuosa con la diferencia también hubiese tenido lagunas y respuestas inesperadas, no hay recetas para nada, el mundo cambia y nadie sabe que inquietudes peligrosas pueden hacer zozobrar las épocas de paz y tranquilidad, siempre frágiles, que deberíamos cuidar como a un amado bebé. Mientras discutimos sobre aspectos cercanos, el inglés se convierte en una lengua común de relación global, como antes lo fueron otras y como se soñaba que lo fuese el esperanto, una utopía. Estamos olvidando el vetusto latín, con el cual mi tío sacerdote, que falleció hace años, se entendía en toda Europa con la gente de su profesión. Sin embargo el latín fue también una imposición y arrasó lo anterior, a las buenas y a las malas.

Releyendo Tolstoi sorprende comprobar que la gente bien situada de la época de Ana Karenina hablaba el francés, en casa y entre ellos, cosa que el autor crítica con ironía rusa. Siempre nos ha traicionada el esnobismo, sobre todo cuando hemos tenido cuatro pesetas en el bolsillo. En nuestro país sufrimos una especie de síndrome de nuevos ricos, en pocas generaciones la mayoría ha pasado de la miseria al utilitario y la casita en la playa, del analfabetismo a los másters de pago. En el fondo, nada sería un problema si fuésemos capaces de incidir en lo que nos une, más allá de lo que nos separa, que en muchas ocasiones es circunstancial y manipulado. Lo que nos une es lo más importante, nuestra condición humana y mortal, irreversible y obligatoria. De momento. Como dice el mismo Tolstoi en ese inicio tan copiado y citado de Karenina, las familias felices se parecen. Aquí y en la China. Las diferencias vienen cuando no se es feliz. No tenemos la clave de la felicidad, hay muchos factores desestabilizadores por ahí, pero seguramente podemos poner algo de voluntad de nuestra parte.

2 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Me alegra leerte, porque a veces creo que cada vez hay menos gente capaz de tener esa mirada relajada, sin complejos ni prejuicios, i algo atea como dices. Por el hecho de vivir en una zona de conflicto permanente (lingüístico, nacional, etc) me siento cansado de tener que justificarme, dar explicaciones, tomar partido o disimular mi punto de vista. Por eso va bien leer de vez en cuando gente que viva más o menos como uno.

Júlia dijo...

Gràcies, Lluís. És que m'empipa el que dius, haver de justificar tota mena de coses, en els dies que corren encara es fa més evident. En nom de pàtries, religions, llengües o el que sigui el que se sol fer és enviar el jovent a l'escorxador fanàtic, a la llarga.