martes, 1 de noviembre de 2011

Todos los Santos, ayer y hoy



Todos los Santos en Albarracín 

Silenciosa la anciana
reza en tu cementerio. Corre la niña.
El cielo está pendiente de la roca.
Aire sobre la muralla,
detenido,
como un lamento,
como una larga frase derrumbada.

Guadalaviar torcido, ausente,
lames, ceremonioso, la roca
que desciende.

Albarracín,
quilla de piedra,
rojo penacho de cuestas y de arcadas,
sobre ti duerme el tiempo,
sólo pervive el agua

José Antonio Labordeta

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.

Juan Ramón Jimenez


El día de Todos los Santos y el de después, el hoy laborable y algo olvidado Día de Difuntos, han ido cambiando con el tiempo aunque todavía se va bastante al cementerio y se respetan algunas antiguas tradiciones. Los disfraces y las calabazas de plástico del colonizador Halloween son, en el fondo, lo mismo: la necesidad de olvidar que la vida pasa y que la muerte es todavía la mayor de las certezas.

Las tradiciones en esta celebración han sido diversas, distintas en las zonas urbanas y en las rurales. Mi padre recordaba que en su infancia rezaban en el pueblo, toda la familia, tres partes del santo rosario, o sea, tres veces el rosario tradicional, un larguísimo sonsonete dirigido por el hombre de más categoría de la casa, en aquel caso, su padre o su hermano mayor, el hereu. Por mucho que bostezasen todos no se comía ninguna castaña ni nada de nada hasta acabar con los rezos obligatorios, dedicados a los difuntos.

Cuando yo era pequeña en mi casa no acostumbrábamos a rezar el rosario y eso que se aseguraba que una de las promesas de la Virgen de Fátima era que cuando en todas las casas católicas se  rezase con devoción cada día, Rusia se convertiría. No sabíamos entonces qué era o no era Rusia aunque se intuía que era una tierra dominada por malvados que no creían en Dios ni en la familia cristiana. Ignoro si la caída del comunismo tiene algo que ver con esas apócrifas profecías. 

Sin embargo, durante algunos pocos años autárquicos, recuerdo haber rezado todavía el rosario en familia en la noche anterior a la fiesta de Todos los Santos. Después comíamos castañas y boniatos y bebíamos moscatel, los niños incluídos, pues no había tantos escrúpulos antialcohólicos como hoy. Además, era una festividad extraordinaria. Los panellets eran caros y escasos. Después se siguió con las castañas pero el rosario cayó en el olvido. En las zonas urbanas se puso de moda ir a ver las representaciones del Tenorio, tradición bastante moderna que se intenta mantener con alguna dificultad. La popularidad del Tenorio generó un número ingente de parodias, también en catalán, como Don Cuán Tenorio, título que responde a una época en qué los catalanes teníamos todavía dificultades para pronunciar la 'jota' castellana y la transformábamos en 'k': don Kosé, el Kefe, maco...

Aprendí a leer en catalán con un libro que mi abuelo había seguido durante un tiempo como lectura escolar, en su infancia, con un maestro moderno para la época. En los años de mi propia infancia,  en los cuales el catalán estaba prohibido en las escuelas, se hacía alguna excepción con determinadas poesías y con las canciones navideñas. El libro era El trobador català, que fue todo un bestseller y que todavía se vende y edita. El autor era Antoni Bori i Fontestà, maestro y escritor, algo despreciado o infravalorado por las élites culturales, como suele pasar. Sus poemas eran muy del gusto de la época, en castellano existe también el mismo género poético, sentimental y tradicional, moralista y entrañable.

Recuerdo que uno de los poemas sobre la noche de Todos los Santos me entristecía mucho, pues contaba la celebración en una masía y como el abuelo lamentaba ser viejo y que ya le quedasen pocas cosas a celebrar. Acababa de forma amable, con la madre joven haciendo que todo el mundo bebiese y comiese castañas. Creo que es fácil entender el sentido a partir de un fragmento del  original:


Jo só el més vell de la colla,
i a la mort, on haig de raure,
l'edat m'hi acosta i m'hi amolla
i fulla que el vent sorolla
que poc, que poc triga a caure!

I al dir això el bon avi encara
amb cor fort, pren de sa vora
l'infant que bressa la mare
i se l'acosta a la cara,
i li fa petons... i plora.
...
I a la negra fumerola
i a la calentona ratxa
que al bon vellet reviscola
treu la jove la cassola
i els panellets, i el garnatxa.

I els diu: -Au, mostreu al llavi
la rialla, xics i grans;
a menjar i que tot s'acabi,
que avui és el sant de l'avi,
és la festa de Tots Sants.

Eran poemas para aprender de memoria y recitar, cosa habitual en aquella época, en la cual se recitaba mucho y bien. Un poema triste bien recitado hace llorar. Mal recitado hace reir y recuerdo haber reído mucho con otro de muy triste, El plat de fusta, sobre un anciano tratado de forma injusta por la familia hasta que él mismo le recuerda a su hijo que él había tratado a su anciano padre de la misma manera. Lo recitaba en el centro parroquial al cual acudía yo en mi primera juventud, de forma desmelenada y exagerada un chico que además, por un pequeño defecto de pronunciación, transformaba las 'ces' en 'zetas'. 

Muchos poemas eran tristes, en aquel tiempo: madres que perdían a sus hijos, hijos que perdían a sus madres, ancianos abandonados, amores desdichados. Sólo el cielo protegía de verdad a los débiles. Recuerdo uno en castellano de tristísimo, una niña pobre que desea una muñeca el día de Reyes, al final un señor se compadece y se la regala y ella muere a la intemperie abrazada a su único juguete. También me producía mucha tristeza el del Piyayo, que va alimentando como puede a sus nietos y que acostumbraban a recitar muchos rapsodas de la época. Yo una vez, con la escuela, fui a la radio, a un programa navideño en qué recogían dinero para beneficencia y recité otro de muy triste, aunque tiene un final más o menos feliz, Mi vaquerillo, de Gabriel y Galán.

Los cuentos de miedo no eran exclusivos de esta noche pero por la radio también emitían algunos con motivo de la celebración de Todos los Santos. La radio era mágica en aquella época, sobre todo en otoño y en invierno, en aquellos inviernos bastante fríos y con modestas alegrías. La leyenda recogida por Bécquer sobre El monte de las ánimas la conocí en una versión radiofónica, por estas fechas, hace años, y me dejó helada de pavor la primera vez que la escuché, con su terrible final, Beatriz muriendo de miedo mientras la voz de su primo la llama en la noche para traerle su cinta ensangrentada. Después, siendo yo maestra lo habíamos leído en clase, con los alumnos de más de diez años y creo que sigue produciendo en los niños algo crecidos la misma impresión, aunque los misterios, los fantasmas y los lobos ya no son lo que habían sido en otros tiempos.

Queremos olvidar la muerte, controlarla, pero sigue siendo de momento la única certeza de nuestro futuro imprevisible. Entiendo que se frivolice y que intentemos sacudirnos los temores disfrazándonos de esqueletos y muertos, aunque me sabe mal que todas las fiestas acaben reducidas a un eterno carnaval laico. Ànimes difuntes, al cel ens veiem juntes.

5 comentarios:

Eastriver dijo...

Muchas de las cosas que recuerdas me quedan lejanas, supongo que por edad. Otras, en cambio, más intemporales, quedan aquí mismo, en la acera del recuerdo e incluso de la cotidianidad. Es la manera de verlo, estoy convencido, de acercarnos a la muerte, o mejor, a la vivencia que los vivos tenemos de la muerte cuando la convertimos en recuerdo, en lucha, y en destino.

Recuerdo que cuando comencé a trabajar fui destinado a un instituto de un pueblo cercano más o menos a Barcelona. No podía ir y venir diariamente, así que me instalé (y la cosa duró tres años). Cierto día, al pasar por delante del cementerio, descubrí una inscripción en la parte de arriba de la puerta. Fue como si me hubieran hablado los de dentro. Era en castellano, que ya sabes tú cómo ha vivido de perseguida nuestra lengua a lo largo de las centurias. Y la recuerdo todavía: "Esta verdad que oirás/ no la pongas en olvido./ Como tú eres, yo he sido,/ como yo soy, tú serás." Collons, quina impresió quan vaig llegir el verset per primera vegada. Pero ahí ha quedado, como ese recuerdo que todos llevamos dentro, poetizado en esta ocasión.

Gran entrada. Una abraçada molt forta.

Júlia dijo...

Eastriver, és que yo ya me voy haciendo viejita, je, je. Esta inscripción, con algunas variantes, está en bastantes cementerios rurales, a veces con el dibujo de una calavera y unos fémurs algo 'naïf', también la vi en català hace poco en un cementerio de la Cerdanya 'tu ets com jo era, jo sóc com tu seràs', para animarte, vamos.

Lluís Bosch dijo...

No acostumo a deixar floretes ni elogis pels blocs, però aquest text és dels que m'agradaria guardar. Portava una estona llegint apunts facilets sobre el tema, i per fi puc pensar que he trobat un bon escrit sobre Tots Sants.
Segurament tens una edat més propera a la de la meva mare que no pas a la meva, i potser per això ha estat com sentir-la de nou explicant aquells temps...

Júlia dijo...

Lluís, moltes gràcies. Sí, ja començo a ser grandeta i potser per això em torno molt menys radical i molt més conservadora, cosa que de vegades fa que em costi entendre la gent més jove que és, com toca, molt més inconoclasta.

Aspectes de la tradició religiosa que abans em feien ràbia ara em resulten entranyables, cosa inevitable, i ja assumeixo com a pròpia certa tradició costumista una mica xarona i catòlica, sense entrar en transcendències ni en qüestions més etèries i doctrinàries.

Mª Trinidad Vilchez dijo...

Fantástico post sobre la castanyada,
la noche con las castañas y los boniatos y lo del moscatell, es la verdad, de pequeña nos daban una copita del licor, y no soy alcólica de mayor...Ja,ja,ja.
Un abrazo Jùlia, lo haces fantástico un beso Mari Trini