miércoles, 30 de noviembre de 2011

Svetlana Stalin








No creo que haya que lamentarse sobre el propio destino, pero a veces es muy duro.

Era un hombre sencillo. Rústico, muy cruel. No había nada en él que fuera complicado. Era muy simple con nosotros. Me amaba y quería que estuviera con él y que me convirtiera en una marxista bien educada.

     Svetlana Stalin


Se ha dado a conocer la muerte, el día 22 de este mes, en un lugar remoto y rural de Estados Unidos, de Svetlana Stalin, hija del dictador. Stalin fue un personaje siniestro pero como el comunismo cautivó a mucha gente de mi generación, de las anteriores y parte de las posteriores, parece que no ha inspirado tanto cine y literatura como lo ha hecho Hitler. Se supone que uno era de izquierdas y el otro de derechas, en estas divisiones simplistas que olvidan la complejidad real del mundo y de las personas. Escucho a tanta gente que actúa como de derechas afirmar que es de izquierdas, incluso al revés, que cualquier referencia a ese tema me produce bastante inquietud.

Stalin causó tantas o más muertes que Hitler, se dice que unos veinte millones, aunque no hay cifras claras y habría que contar con los torturados, con los fallecidos a causa de las hambrunas provocadas, los malos tratos, la explotación laboral a destajo. Con el agravante de que la mayoría eran compatriotas suyos, gente de su misma ideología que había creído de buena fe en el proyecto comunista, en la igualdad, en una sociedad futura justa y feliz. Las buenas ideas suelen pervertirse en la realidad, cuando el poder se concentra y manipula. Ha pasado con el cristianismo, con el anarquismo, con el comunismo, con tantas revoluciones reconvertidas en caricatura de lo que debieron ser, en caricatura cruel y dolorosa.

Todavía parece que en España causa cierta inquietud hablar de Stalin, de los comunistas de la guerra civil, de todos aquellos enfrentamientos entre anarquistas y comunistas, de las luchas por el poder, de Nin y de tantos otros. La hija de Stalin fue una mujer errante y complicada, se casó varias veces, habló muy mal de su país para volver a él en los ochenta, criticar Estados Unidos y acabar regresando a Estados Unidos para envejecer y morir. Cambió de nombre y de religión varias veces y ha fallecido de cáncer a los ochenta y cinco años, olvidada y deseo que en paz consigo misma, después de una vida tan extraña, sometida a manipulaciones de unos y otros.

Poca cosa sabría yo de Svetlana Stalin  si no fuese porque su demanda de asilo político, en 1967 y su llegada a los Estados Unidos, provocó en España muchos comentarios y artículos de la época, muestras de alegría ante la evidencia de su exilio solicitado y de condena por parte de los sectores del comunismo militante o de los que simpatizaban con él, aunque oficialmente no existiese y representase un gran peligro mostrar cualquier simpatía por ese tipo de cosas. 

En una España con una dictadura tan anticomunista como la que había todo hay que situarlo en el contexto de la época. Sin embargo la fuerte oposición al régimen, dura y cruelmente reprimida, de los sectores comunistas en la clandestinidad o el exilio, no era, tampoco, democrática y había sufrido una serie de luchas intestinas lamentables. Me sorprende aún la glorificación de los héroes comunistas, a los cuales no niego coraje personal, ideales sinceros ni buenas intenciones, pero sí cierta miopía interesada no queriendo ver lo evidente, como les pasa a muchas buenas personas que son católicas y cristianas y admiten de mala gana cualquier crítica de lo criticable que, en el fondo, siempre es lo mismo: el poder abusivo. La autocrítica es muy difícil, todavía más cuando se ha sacrificado la vida y la familia a un ideal que ha resultado fallido. Admitir el error debe resultar muy frustrante, me recuerda a la monja de un asilo de ancianos que conocí, una gran mujer, que a menudo ironizaba con el cura de la institución: mosén, como no haya nada después nos habrán tomado el pelo bien tomado.

Hoy se habla poco de comunismo, no está de moda, da algo de miedo comprobar que todo fue una cierta estafa, que aquella sociedad no fue posible, que era mentira lo que se contaba de forma entusiasta sobre la URSS, China, Albania, Cuba, incluso Camboya. Que acabó mal, al fin y al cabo para reconvertirse China y la URSS, hoy, en unas sociedades capitalistas más, por utilizar el vocabulario tradicional al uso que quizá deberíamos reinventar para no caer de nuevo en tópicos y lugares comunes. El infierno, ya lo dicen, está empedrado de buenas intenciones. Incluso el infierno ateo.

Lo peor de todo, en el caso de esas familias de dictadores, es que seguramente padre e hija se querían. No se elige la familia, he conocido gente muy buena con sus hijos o padres y muy mala con el resto. Y también lo contrario, personas que sacrificaron a los suyos por muchas cosas y motivos: dinero, negocios, profesión, pasiones amorosas y, sí, también por supuestos ideales políticos. 

En comparación con los muchos reportajes que hemos visto sobre los campos de exterminio nazis el tema del estalinismo todavía es poco conocido. En una ocasión, hace años, emitieron por televisión una serie de la BBC, espeluznante, sobre aquella horrible realidad. Hoy, que de todo nos quejamos, ver las fotos de aquel tiempo, tanto de unos como de otros, me produce una profunda angustia, la vergüenza de pertenecer a una especie susceptible de caer tan bajo. Historiadores que no son de derechas -hay que aclarar esto, pues se suele descalificar a cualquiera por muy poca cosa- creen al estudiar diferentes dictadores que Hitler y Stalin fueron lo peor de lo peor, asesinos en serie borrachos de poder absoluto, dispuestos a acabar incluso con los suyos si hacía falta. Sin embargo fascinaron a mucha gente, una persona sola no puede hacer nada sin un gran grupo de seguidores incondicionales y fanáticos. Cuando se les compara, por ejemplo, con Franco, se obvia que el nuestro jamás ejerció la misma fascinación sobre las masas.

No estamos vacunados contra la sinrazón. Un líder carismático, brillante, útil en determinado momento para según qué poderes económicos o políticos, puede hacernos regresar a la barbarie con un discurso oportunista en el momento adecuado. Las épocas de crisis son las más adecuadas para esas cosas. También hace falta un contexto que quizá ahora no es el europeo sinó que se ha desplazado a otros lugares que nos parecen remotos pero que están muy cerca. No somos mejores ni peores que nadie, esa es la verdad. Stalin podría haber sido un rudo y noblote campesino en otras circunstancias, quizá algo maltratador, a juzgar por sus relaciones matrimoniales. Pero en aquella época eso no era tan grave. Las circunstancias, ay, le convirtieron en el poder.

Svetlana Stalin era en el 67, cuando paso todo aquello, en mi juventud y en una época algo aperturista, considerando la situación, una mujer todavía joven y hermosa. Su padre hacía años que había muerto y también la URSS intentaba mostrar un nuevo rostro más falso que un duro sevillano, como se dice vulgarmente. Svetlana Stalin escribió un libro autobiográfico por aquel entonces que se vendió como rosquillas pero no se puede ser libre del todo con un papá así, hay que tener mucho carácter, mucha seguridad. Seguramente se aprovecharon de ella y ella, en cierta manera, también aprovechó su situación para sobrevivir. Para mucha gente más joven que yo seguramente ya no era nadie, una sombra del pasado, de un pasado en blanco y negro muy poco conocido, más allá de las consignas triunfalistas, de las proclamas políticas de culebrón  y de las películas de buenos y malos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Eva Perón, su época y nosotros



En el cine Alexandra de Barcelona se puede ver actualmente el documental La sombra de Evita, de Xavier Gassió. He leído en alguna parte que el documental se realizó al buscar información para una película encargada a Villaronga sobre la estancia de Eva Perón en España, el año 1947. El documental incide en esta visita pero también traza un perfil biográfico muy interesante de este personaje emblemático, mitificado y todavía misterioso.

Yo nací un año después de aquella visita. Cuando Eva Perón murió yo tenía cuatro años pero mi familia, las vecinas y casi todo el mundo recordaba aquellos días como una especie de fiesta inesperada, que coloreó la oscuridad de aquella época de escasez. Un barrio de barracas de Barcelona se llamó La Perona porque, según cuentan, al preguntar a sus vecinos cuando habían llegado allí solían responder que en el año de la Perona, o sea, 1947. También hay una judía verde llamada perona. Ignoro si su denominación tiene algo que ver con el personaje argentino pero no me extrañaría.

Su muerte prematura, en plena juventud, contribuyó a construir una leyenda controvertida sobre esta mujer carismática, que movía muchedumbres y despertaba pasiones y odios. Después de muerta su cadáver también fue objecto de una macabra historia hasta que su familia pudo enterrarla de forma más o menos convencional. Perón volvió a España con el féretro años después, acompañado de su tercera esposa, una dama inquietante, Maria Estela/Isabelita quién, alentada por el siniestro López Rega participaba en misas negras ante el cadáver de Eva, para captar la energía de la difunta.

Argentina era un país lejano y fabuloso en mi infancia. De allí nos vendieron, a la hambrienta España, carne y grano, en una época en la cual Europa nos negaba el pan y la sal, de la misma manera que había negado su ayuda a la República. Mantuvieron una dictadura en España por razones geoestratégicas, por miedo al comunismo, y castigaron a un pobre pueblo pobre y ya bastante castigado. Personalmente creo que peor que la guerra y la derrota fue esa postguerra en la cual nos convertimos en una cosa rara, decadente y meapilas, en el continente europeo mientras en otros países mucho más culpables se restablecía la democracia y se rehacía la economía.

Perón fue un personaje también inquietante y enigmático, una especie de Mussolini latino, por compararlo con alguien. Aunque muchos tenemos incluso lazos familiares con Argentina, tierra de acogida para muchos desesperados, vemos su cine, conocemos personas que hoy conviven con nosotros y que nos son muy cercanas, la verdad es que su política nos resulta todavía algo difícil de entender. Bueno, de hecho, nos cuesta entender incluso a nuestro propio país y todos esos vaivenes crueles de los dos últimos siglos. Hoy se estudia una historia de manual escolar, de buenos y malos, para ir por casa.

El documental muestra todas las contradicciones de la política argentina pero también de la europea. Perón valoraba el anticomunismo de Franco pero éste no le caía bien por ser un dictador. Por eso mando de visita a su esposa, en lugar de venir él, invitado por aquel jefe del estado por la gracia de Dios. A Franco incluso le cayó bien aquella dama elegante, provocadora, tardona, para desesperación de doña Carmen Polo. Y es que aquí, además de tener mala suerte con el dictador la tuvimos con su familia, con esa señora impresentable que arruinaba joyeros. Eva Perón tenía muchos defectos y un lado dictatorial, pero quería favorecer a los pobres, a los descamisados, y repartió limosnas y ayudas sin freno, de forma populista pero eficaz a corto plazo. También logró la igualdad de las mujeres, el voto femenino, por el cual luchó de forma decidida.

Cuando murió, como es sabido, hubo un golpe de estado. Al cabo de los años se quiso recuperar el peronismo. Y finalmente sufrieron una dictadura sangrienta, indiscriminada, salvaje, mientras aquí caminábamos a trancas y barrancas hacia la transición. Más adelante, aquello del corralito. Y hoy, según cuentan, todo ha mejorado y una nueva dama carismática, una viuda de buen ver, despierta pasiones populares. Eva Perón consiguió incluso un indulto para Juana Doña, una presa comunista condenada a muerte que años más tarde siguió luchando por sus ideas y envejeció sin abandonarlas. Hoy el comunismo parece también, ya, una ideología sin futuro, porque culpamos a las ideas de lo mal que los hombres las utilizan cuando llegan al poder, como ha pasado con el cristianismo, con el anarquismo, con tantas revoluciones pasadas por agua y por sangre. 

Respecto a los temas históricos del siglo pasado, prefiero los documentales a las películas de buenos y malos que nos ofrecen, incluso a esos inventos que mezclan realidad y ficción y que también han conseguido éxitos literarios. La realidad siempre es más dura que la ficción pero también más ambigua, incluso más amable a veces. Muestra las contradicciones, las traiciones, los dobles juegos de tantos héroes que queremos mitificar porque parece que nos hemos de mirar en alguna parte para tomar ejemplo. En resumen, un documental imprescindible para ir mucho más allá de las canciones del famoso musical y de Madonna disfrazada de Evita. 


domingo, 13 de noviembre de 2011

El poder y sus secuelas






No me gusta escribir sobre temas políticos, más que nada porque grandes amistades se resquebrajan a veces cuando se entra en cuestiones políticas o religiosas, por eso dicen que en la cultura anglosajona se evitan este tipo de referencies en las conversaciones convencionales.


Durante algunos años me moví por un lado en un ambiente pedagógico absolutamente sociata con el psuc a la izquierda. Y por el otro por algunas entidades culturales excursionistas absolutamente convergentes con esquerra republicana en un extremo


Confieso que soy muy poco incondicional de nadie y que, según el momento, he votado opciones diversas. El caso es que cuando ibas a un sitio escuchabas absolutas barbaridades de los otros y también al revés. Yo intentaba poner eso que llaman cara de póker en todas partes, la verdad, siempre he valorado más la buena convivencia que las discusiones enfervorecidas que no van a ninguna parte. Ni en unos sitios ni en otros debían creer que podían ofender tu ideología con sus comentarios. Evidentemente, unos y otros te identificaban con los suyos ya que estabas allí. 


Hace un tiempo una vieja amiga me confesó que había votado ciudadanos cosa que me sorprendió pero intenté no mirarla de reojo y valorar que tipo de inseguridad provocada por el alza del independentismo la había motivado a tomar aquella opción. Votamos a menudo por motivos extraños, miedos, carisma de los líderes, saber demasiados cosas de quiénes no nos caen bien, desengaños incluso amorosos... Todavía más, muchas veces la gente no es sincera, prefiere mentir a callar o a decir qué ha votado en realidad. 


Unos parientes que viven en un pueblecito francés nos comentaron una vez como todo el mundo afirmaba votar socialista cuando luego salían en el recuento muchos votos lepeneros. En las comunidades pequeñas es fácil observar estas diferencias entre lo que se dice y lo que se hace. La grandeza del voto secreto es esa intimidad necesaria para ejercer la libertad, aunque se esté equivocado, según la parte contraria. Por eso me produce repelús el sistema asambleario.


Sin embargo, por más que se intente eludir el tema, una no puede vivir al margen de esas cosas en tiempos como los actuales, a cuatro días de unas elecciones generales. Esas elecciones que antaño, cuando éramos jóvenes y tardofranquistas protestones, nos producían una inefable emoción comunitaria y que ahora nos aburren, incluso nos indignan. Y sin embargo, mucho mejor elecciones que nada. La alternativa es sólo una dictadura, sea de derechas o de izquierdas, la devoción a unos líderes, el absurdo. 


Sostengo que los males de nuestra democracia no van de arriba a abajo sinó de abajo a arriba, los grandes defectos de los políticos profesionales y sus luchas por el poder son las mismas que se pueden percibir en un claustro escolar, en una comunidad de vecinos, en un centro excursionista, en un casal de jubilados, incluso en un núcleo familiar. La corrupción a lo grande es un cristal de aumento de las pequeñas corruptelas desde abajo, facturas sin iva, enchufes a parientes y conocidos, pasar por delante de las listas si tienes un pariente médico, absentismo laboral sin motivo serio y tantas otras que parecen inocentes pero que muestran las enfermedades crónicas de una sociedad algo inquietante.


Dicen que fue Byron quien manifestó, en el epitafio a su compañero irracional, aquello tan famoso de cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro. He visto atribuída esta frase incluso a Hitler. Ha sido parafraseada y parodiada, he leído por ahí: cuanto más conozco a los hombres más me gustan las mujeres. Un gay seguro que invertiría la cita. Un filósofo y muchas más cosas, que leo a menudo en su blog, Gregorio Luri, escribió hace un tiempo: Les confieso que cuanta más gente conozco, mejor me caen los políticos, con motivo del ataque al parlamento catalán.


El tema del perro es interesante, un perro es fiel aunque lo apalees, como lo eran las mujeres maltratadas de antaño. En el fondo la etología, ciencia inexacta como todas, nos dice que el motivo de su fidelidad es la comida que le facilitamos. Ser un perro ha sido un insulto durante anys i panys. Una perra, ya ni les cuento. Un viejo romance sobre Santa Catalina manifestaba sin complejos: su padre es un perro moro, su madre una renegada. Muchas cosas que nos parecían normales hoy no lo son tanto, hemos mejorado en la percepción de la gente, al menos en teoría. Los pobres perros no tienen la culpa de nada, se mueven por instinto y si tienen sentimientos, que no lo sé, no somos capaces de comprenderlos en profundidad.


El deseo de poder es extraño. Es algo que da dolores de cabeza, puede comportar riesgos, grandes preocupaciones. Tú quédate en casa y no te metas en nada, decían los padres de otros tiempos, que habían sufrido mucho por culpa de luchas en el poder de políticos, muchos de los cuales cuando pudieron se fueron lejos y deprisa dejando al pueblo a merced de la barbarie. Ser antifranquista tenía sus riesgos pero el comentario era el mismo si manifestabas que habías aceptado un cargo anodino en la sección cultural de la parroquia. Mejor no significarse.


Yo  creo que quién ama el poder no puede evitar desearlo. Muchas cosas se llevan dentro, en ese componente genético que hemos dado en despreciar, pensando que la cultura, lo que sea eso que llaman cultura, así como la educación, igualarían las oportunidades y los deseos. Napoleón dijo que las revoluciones no se hacían por ideología, sinó por vanidad. Tenía una gran parte de razón. Aquellos que inician revoluciones de buena fe, para mejorar la vida de la comunidad, acaban por quemarse, por ser eliminados, por desengañarse y dedicarse a otra cosa. 

Para ser político profesional hace falta la natura d'anguila que pregonava Bernat Metge, ya en sus tiempos, observando la sociedad. O sea, ser escurridizo, paciente, intrigante. Las anguilas tampoco tienen la culpa de nuestra personalizaciones zoomorfas. El hecho es que he visto a mucha gente honrada abandonar el frente político, desilusionados del todo al percibir  la realidad.


Una alternativa muy atractiva para los jóvenes y para los idealistas irredentos de todas las edades ha sido y es el anarquismo. Ni estado ni patrón, autogestión. Lo que ocurre es que, como tantas cosas bonitas, es imposible realizar en plenitud esas teorías. No funciona nada si no manda alguien, puede funcionar durante un tiempo breve pero pronto surgen nuestras miserias y nuestros personalismos. Hay mucho anarquismo en los indignados, esa es su grandeza pero también su problema. Eso sucede incluso en las comunidades okupas, cuando el tiempo va generando los mismos vicios que afloran en todas partes. 


Los ex-comunistas, hoy reconvertidos en una barrija-barreja de izquierdismo alternativo y ecología algo ingenua les estan echando cables esos días, a ver si los captan. Posiblemente sea la suya la opción más cercana a toda esa ideología que no acaba de consolidar un corpus coherente y organizado. Sin embargo... ay, cuando han mandado, poco, pero de forma contundente, esa izquierda hoy casi residual ha repetido los defectos que criticaba anteriormente. 

Hay una tendencia al estalinismo en el comunismo, aunque sea eurocomunismo, comunismo con rostro humano o cualquier derivación postmoderna de aquello que hoy parece no haber existido. No es problema de la ideología sinó de las personas. También es ideología generosa el cristianismo y ya vemos qué pasó con él a lo largo del tiempo.


En España la cosa se centra hoy en un bipartidismo con pocas alternativas a un lado y al otro. En Catalunya todo es más poliédrico. O quizá no tanto. Tengo amigos y conocidos que se jactaban de no haber querido mirar el debate entre Rubalcaba y Rajoy por militancia catalanista. Miraron también la tele aquel día, claro, y la mayoría TV3, que es el canal que solemos sintonizar por defecto los de casa: Crackòvia y El convidat. Un programa de humor futbolístico bastante estripat, lo mismo que su antecedente político, Polònia, y un amable invento del periodista Albert Om, que visita a un personaje durante un fin de semana, conversando con él sin entrar en demasiadas profundidades, mostrando su vida cotidiana, su familia. Este programa fomenta un defecto-virtud muy humano, la curiosidad, el chafardeo. En esta ocasión, la del día del debate, visitaba a Reixach. 


Fútbol y fútbol pues, en el fondo. Fútbol catalán, que en todo hay clases y categorías y en el fútbol hemos concentrado nuestros deseos insatisfechos de autogobierno. Muchos desearían que Guardiola se presentase como honorable, a ver si funcionábamos como un equipo capaz de meterle goles y goles a los hispánicos y a los del resto del mundo. Afortundamente, el técnico tiene más cabeza que las masas que lo admiran de forma incondicional, aunque me temo que si el Barça iniciase una mala racha lo lapidarían sin piedad.


El único contacto con algú poder lo tuve durante tres años en los cuales fui jefe de estudios en la escuela. Habíamos formado un equipo ambicioso para renovarlo todo y caímos en los mismos defectos de los anteriores. A la directora, antigua amiga mía, se le notó demasiado el gusto por aquel poder pequeño, no acabamos rompiendo del todo nuestra amistad pero sí distanciadas. Además, fue aquella una época de crisis, al contrario que en la actualidad sobraban muchas plazas escolares y fueron cerrando escuelas, entre ellas la nuestra. El proceso de cierre y derribo generó traiciones y el sálvase quién pueda habitual. En los buenos tiempos lo mezquino queda más disimulado pero en época de dificultades las cosas empeoran. No quiero ni pensar lo que debe significar un tiempo de guerra, de denuncias de vecinos, incluso de parientes. 


Siempre me pareció que el mundo escolar actual no había encontrado un reflejo literario de cierto realismo pero hace unos días tropecé con un libro de Eugenio Fuentes, La sangre de los ángeles. Fuentes es un escritor muy interesante, se supone que escribe novela negra pero sus libros, sin crímenes, serían una muy buena novela social similar a la de los cincuenta y sesenta. Ha creado un espacio mítico, centrado en una población llamada Breda, toda una geografía recurrente donde se suceden sus historias. En la novela que menciono hay un crimen en una escuela y eso le sirve para mostrar  esas pequeñas miserias funcionariales, ese gusto extraño por el poder aunque sea pequeño y relativo, como lo es el de un director de colegio público. El autor es extremeño pero la escuela de la novela, cambiando algunos nombres y con pequeños retoques de ambientación, podría ser muy cercana, catalana, barcelonesa. 


Mandar es difícil, poca gente sabe hacerlo con dignidad, generando el respeto de los subordinados. Que buen vasallo sería si tuviese buen señor, se dice en el romance del Cid Campeador. Ese verso me viene a menudo a la memoria, a todos los niveles. Por desgracia, a menudo gusta mandar a los menos cualificados y personas que podrían hacerlo bien no quieren meterse en camisas de once varas, postura que comprendo. No creo que todos los políticos sean despreciables, incluso en partidos políticos con los cuales no comparto ninguna afinidad hay gente honrada y de buena fe. Pocas veces esos honrados ciudadanos llegan a ningún cargo relevante.

Y es que a los lugares visibles de los altos poderes de todo tipo, políticos, económicos, académicos, culturales, no suelen llegar los mejores. Llegan los espabilados, los supervivientes, aquellos que aguantan lo que sea para salir en la foto. Muchos mediocres, útiles a los poderes reales y fácticos. Posiblemente el mundo real es muy distinto del de nuestros sueños solidarios juveniles. Sin embargo, como dicen los jóvenes, con esa frase hecha recurrente y resignada, es lo que hay. Aprovecharlo es casi una obligación aunque no soy de aquellas que condene el absentismo votante, una opción como otra cualquiera. Mejor, claro, votar lo menos malo. Lo difícil es saber qué será lo menos malo o como actuará eso menos malo cuando tenga poco o mucho poder. Corrompe siempre el poder, por pequeño que sea? Es posible pero tampoco los que no tenemos poder estamos libres de pecado.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Aquellas chicas de la Cruz Roja que pintaron las calles de colores



Estoy estos días en la Terra Alta, en Batea. Empieza a hacer frío y las tardes son breves. En estas tardes de sábados de otoño, silenciosas y nostálgicas, resulta cómodo y agradable apalancarse delante de la televisión y caer en el vicio del zapeo, inevitable.

Pocas veces veo las películas de Cine de Barrio porque repiten demasiado y van al valor seguro y recurrente, algo populachero. Sin embargo me gusta desde hace tiempo ver de vez en cuando los prolegómenos, esas entrevistas a las cuales se invita a actores y actrices que formaron parte de mi imaginario infantil y que hoy están retirados u olvidados. Ayer pasaban otra vez Las chicas de la Cruz Roja y Concha Velasco entrevistaba a dos de sus compañeras en aquella historia alegre de amores, desamores y casticismo modernizado: Katia Lóritz y Luz Márquez. Mabel Karr, la postulante miope, que fue esposa de Fernando Rey, nos dejó hace unos años, cuando había intentado recuperar su carrera cinematográfica al quedarse viuda.

En mi infancia el cine fue semanal, una de las pocas alegrías familiares posibles. Mi pobre padre trabajaba muchas horas, de día y de noche. De noche era maestro de pala en un horno bajo el mando de un dueño explotador y por las tardes, sábados incluídos, tenía un pluriempleo en una oficina. Afortunadamente en sus últimos años de trabajo el establecimiento lo adquirió un señor navarro mucho más humano. No puedo dejar de pensar en ello a veces, cuando escuchó a tanta gente joven quejarse una y otra vez, quizás con parte de razón si nos situamos en el presente, y pienso que él, único soporte económico familiar, no podía quejarse de nada, al menos públicamente.

A mi madre le gustaba mucho el cine y como también trabajaba muchísimo en aquella época con abuelos en casa y sin lavadora ni ascensor, tenía ganas de distraerse cuando podía. De pequeña, antes de la guerra civil, había ido a menudo al cine con una tía, a veces incluso a escondidas de su propia abuela para la cual el cine era algo indeseable, que se desarrollaba en locales insalubres y donde se aprendían cosas inconvenientes o inmorales. Lo de insalubre quizá tuviese una parte de razón, considerando que en aquella época se fumaba y comía sin complejos en el interior de las salas.

Mi padre no era cinéfilo, quizá porque no tenía ni tiempo ni ganas. Cuando venía al cine, para complacer a mi madre se acababa durmiendo, incluso roncando a veces, cosa que a mi madre le molestaba mucho. Con él íbamos sólo en ocasiones a ver cosas de categoría, de estreno preferente, como Los Diez Mandamientos o Ben Hur, en tiempo de vacaciones, que eran pocas, breves y caseras. Con mi madre íbamos cada semana al cine de barrio cuando los viernes mi padre entraba más pronto a trabajar, porque hacían pan doble y tenía que irse más temprano.

La gente distinguía mucho entre la españolada y el cine de verdad, el americano, con actores que no hacían teatro sino que parecía que vivían su historia de amor, guerra, pasión o intriga. Esa era la visión general y ciertamente, durante la primera postguerra el cine español osciló entre esa españolada, una especie de neorrealismo moralista, incluso un buen cine negro estropeado por un final convencional al estilo hispánico y un cine histórico curioso y patriótico que me imagino que se abandonó pronto por ser demasiado caro.

En algún momento también nuestro cine y nuestros actores se modernizaron. A la española, eso sí. En aquel año 58 murió Pio XII i se eligió a Juan XXIII, todo parecía empezar a mejorar y cambiar. Dos películas españolas competían con éxito en las carteleras con las producciones americanas: Las chicas de la Cruz Roja y ¿Dónde vas Alfonso XII?, que respondía a la moda histórica edulcorada que había inaugurado Sissí. Las dos tienen grandes valores que se han de situar en su contexto. Actores convincentes, puesta en escena con intenciones de renovación, presupuestos adecuados… Además empezaba el auge de nuestro gran mito erótico-musical: Sara Montiel y el recuperado y actualizado cuplé.

Alfonso XII y Maria de las Mercedes encontraron en Vicente Parra y Paquita Rico unos intérpretes adecuados. Todavía me emociona la escena en la cual Paquita Rico canta Los Campanilleros ante el belén del Palacio de Oriente. Al fin y al cabo cuenta una historia real, pues la pareja se casó por amor, no sin dificultades, aunque ya sabemos cómo acabó y en que casquivano ligón se transformó el monarca viudo, que también murió bastante joven. Por eso la continuación es mucho menos convincente. Tengo de esa película el álbum de cromos, entrañable y algo estropeado.

Las chicas de la Cruz Roja fue un intento de comedia moderna bien resuelto. Cuatro historias de amor con final feliz se entrecruzan en el Madrid de aquel tiempo, en medio de la colecta habitual de la Cruz Roja, con sus mesas petitorias y sus damas con sombrero. Muestra documentalmente aquella ciudad en aquella época, con sus seiscientos, sus biscúters, su gente. Encantó a mi madre y a todas las vecinas, era una de las primeras veces, quizá la primera, en que podíamos ver aquella ciudad capitalina y rival eterna de la nuestra, en colores, poblada por chicas normales bien vestidas. Es una película que ha visto todo el mundo, incluso los niños de hoy, en la tele y su canción emblemática, de Algueró, es bien conocida y coreada en juergas diversas, forma parte de nuestro imaginario colectivo. La fórmula funcionó y se repitió más veces, como suele pasar.

Concha Velasco ha hecho en cine, teatro y televisión un carrerón impresionante. Ahora mismo está triunfando en el Goya barcelonés, queriendo bailar, después de habernos emocionado en el mismo teatro hace poco tiempo con una obra dramática que en cine hizo nada menos que Signoret, Madame Rose. Cualquier culebrón televisivo crece con esos actorazos, que se comen al resto. Superó pronto y bien su etapa costumbrista y lo mismo nos podía cantar la chica yeyé que ser Santa Teresa sin maquillaje.

Las otras actrices del reparto no hicieron una carrera tan larga. Katia Lóritz y Luz Márquez explicaron que pintan i dibujan, mostraron algo de su obra, me pareció excelente. Loritz fue nuestra exótica del momento, una belleza distinta y espléndida encasillada excesivamente en papeles de guapetona exuberante, con un aspecto estupendo que todavía mantiene a su edad. A Luz Márquez la encasillaron en papeles de buena chica algo triste, que acostumbraba a hacernos llorar con facilidad en sus papeles melodramáticos. Yo creo que fue una gran actriz muy mal aprovechada, pero eran otros tiempos. Era, de las tres, la que menos daba la imagen de antigua actriz convencional, pero es que ya en su juventud era distinta.

Luz Márquez es hoy una dama elegante y delgada, sin nada de eso que antes llamaban afeites, educada y discreta, que ha envejecido de forma normalizada, cosa que no es habitual en la gente del oficio. Me gustó ver a esas tres grandes damas juntas, hablando del pasado sin nostalgia, con alegría y una gran vitalidad, llenas todavía, cada cual a su modo y a su estilo, de proyectos. A veces despreciamos lo nuestro de forma intelectualmente vanidosa. A pesar de todo aquel país de finales de los cincuenta cambiaba un poco, a trancas y barrancas, podíamos ir al cine barato del barrio, comíamos algo mejor, se había acabado el racionamiento y más adelante incluso nos compramos aparatos de televisión. Como dijo o escribió creo que Bertold Brecht, también se cantará en los tiempos sombríos. Y sobre los tiempos sombríos.

No he hablado de los galanes de la película pero ellas tres los evocaron, claro está. Fueron Tony Leblanc, Antonio Casal y el futbolista Ricardo Zamora, que se ve que las llevaba locas y que tuvo algo con Loritz, por lo que se entendió en las bromas cruzadas de forma cómplice entre las tres damas. Todos ellos también desaparecidos, como Mabel Karr. Y el único superviviente, el guaperas peligroso, el eterno seductor Arturo Fernández, que se acabó encasillando también en su propio personaje pero que se mantiene felizmente en activo. Todos ellos acompañados de una serie de secundarios de lujo impresionante.

Las chicas de la Cruz Roja es hoy, nos guste o no, mucho más que una película, es todo un documento de un tiempo que parece todavía mucho más remoto de lo que fue en realidad. A veces, cuando personas jóvenes más radicales lamentan en gente como yo cierta tibieza catalanista, que les parece rara, no saben entender que nuestra alegre hispanidad pasa también por ese imaginario colectivo popular, mucho más fuerte que los Reyes Católicos o el descubrimiento de América. Que no es sólo franquista. En la Catalunya republicana de la guerra civil la película con más exitazo de público fue la Morena Clara de Imperio Argentina. Lo mismo pasó en la zona nacional. Misterios de la vida real, casi siempre más piadosa y amable que la oficial.

martes, 1 de noviembre de 2011

Todos los Santos, ayer y hoy



Todos los Santos en Albarracín 

Silenciosa la anciana
reza en tu cementerio. Corre la niña.
El cielo está pendiente de la roca.
Aire sobre la muralla,
detenido,
como un lamento,
como una larga frase derrumbada.

Guadalaviar torcido, ausente,
lames, ceremonioso, la roca
que desciende.

Albarracín,
quilla de piedra,
rojo penacho de cuestas y de arcadas,
sobre ti duerme el tiempo,
sólo pervive el agua

José Antonio Labordeta

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.

Juan Ramón Jimenez


El día de Todos los Santos y el de después, el hoy laborable y algo olvidado Día de Difuntos, han ido cambiando con el tiempo aunque todavía se va bastante al cementerio y se respetan algunas antiguas tradiciones. Los disfraces y las calabazas de plástico del colonizador Halloween son, en el fondo, lo mismo: la necesidad de olvidar que la vida pasa y que la muerte es todavía la mayor de las certezas.

Las tradiciones en esta celebración han sido diversas, distintas en las zonas urbanas y en las rurales. Mi padre recordaba que en su infancia rezaban en el pueblo, toda la familia, tres partes del santo rosario, o sea, tres veces el rosario tradicional, un larguísimo sonsonete dirigido por el hombre de más categoría de la casa, en aquel caso, su padre o su hermano mayor, el hereu. Por mucho que bostezasen todos no se comía ninguna castaña ni nada de nada hasta acabar con los rezos obligatorios, dedicados a los difuntos.

Cuando yo era pequeña en mi casa no acostumbrábamos a rezar el rosario y eso que se aseguraba que una de las promesas de la Virgen de Fátima era que cuando en todas las casas católicas se  rezase con devoción cada día, Rusia se convertiría. No sabíamos entonces qué era o no era Rusia aunque se intuía que era una tierra dominada por malvados que no creían en Dios ni en la familia cristiana. Ignoro si la caída del comunismo tiene algo que ver con esas apócrifas profecías. 

Sin embargo, durante algunos pocos años autárquicos, recuerdo haber rezado todavía el rosario en familia en la noche anterior a la fiesta de Todos los Santos. Después comíamos castañas y boniatos y bebíamos moscatel, los niños incluídos, pues no había tantos escrúpulos antialcohólicos como hoy. Además, era una festividad extraordinaria. Los panellets eran caros y escasos. Después se siguió con las castañas pero el rosario cayó en el olvido. En las zonas urbanas se puso de moda ir a ver las representaciones del Tenorio, tradición bastante moderna que se intenta mantener con alguna dificultad. La popularidad del Tenorio generó un número ingente de parodias, también en catalán, como Don Cuán Tenorio, título que responde a una época en qué los catalanes teníamos todavía dificultades para pronunciar la 'jota' castellana y la transformábamos en 'k': don Kosé, el Kefe, maco...

Aprendí a leer en catalán con un libro que mi abuelo había seguido durante un tiempo como lectura escolar, en su infancia, con un maestro moderno para la época. En los años de mi propia infancia,  en los cuales el catalán estaba prohibido en las escuelas, se hacía alguna excepción con determinadas poesías y con las canciones navideñas. El libro era El trobador català, que fue todo un bestseller y que todavía se vende y edita. El autor era Antoni Bori i Fontestà, maestro y escritor, algo despreciado o infravalorado por las élites culturales, como suele pasar. Sus poemas eran muy del gusto de la época, en castellano existe también el mismo género poético, sentimental y tradicional, moralista y entrañable.

Recuerdo que uno de los poemas sobre la noche de Todos los Santos me entristecía mucho, pues contaba la celebración en una masía y como el abuelo lamentaba ser viejo y que ya le quedasen pocas cosas a celebrar. Acababa de forma amable, con la madre joven haciendo que todo el mundo bebiese y comiese castañas. Creo que es fácil entender el sentido a partir de un fragmento del  original:


Jo só el més vell de la colla,
i a la mort, on haig de raure,
l'edat m'hi acosta i m'hi amolla
i fulla que el vent sorolla
que poc, que poc triga a caure!

I al dir això el bon avi encara
amb cor fort, pren de sa vora
l'infant que bressa la mare
i se l'acosta a la cara,
i li fa petons... i plora.
...
I a la negra fumerola
i a la calentona ratxa
que al bon vellet reviscola
treu la jove la cassola
i els panellets, i el garnatxa.

I els diu: -Au, mostreu al llavi
la rialla, xics i grans;
a menjar i que tot s'acabi,
que avui és el sant de l'avi,
és la festa de Tots Sants.

Eran poemas para aprender de memoria y recitar, cosa habitual en aquella época, en la cual se recitaba mucho y bien. Un poema triste bien recitado hace llorar. Mal recitado hace reir y recuerdo haber reído mucho con otro de muy triste, El plat de fusta, sobre un anciano tratado de forma injusta por la familia hasta que él mismo le recuerda a su hijo que él había tratado a su anciano padre de la misma manera. Lo recitaba en el centro parroquial al cual acudía yo en mi primera juventud, de forma desmelenada y exagerada un chico que además, por un pequeño defecto de pronunciación, transformaba las 'ces' en 'zetas'. 

Muchos poemas eran tristes, en aquel tiempo: madres que perdían a sus hijos, hijos que perdían a sus madres, ancianos abandonados, amores desdichados. Sólo el cielo protegía de verdad a los débiles. Recuerdo uno en castellano de tristísimo, una niña pobre que desea una muñeca el día de Reyes, al final un señor se compadece y se la regala y ella muere a la intemperie abrazada a su único juguete. También me producía mucha tristeza el del Piyayo, que va alimentando como puede a sus nietos y que acostumbraban a recitar muchos rapsodas de la época. Yo una vez, con la escuela, fui a la radio, a un programa navideño en qué recogían dinero para beneficencia y recité otro de muy triste, aunque tiene un final más o menos feliz, Mi vaquerillo, de Gabriel y Galán.

Los cuentos de miedo no eran exclusivos de esta noche pero por la radio también emitían algunos con motivo de la celebración de Todos los Santos. La radio era mágica en aquella época, sobre todo en otoño y en invierno, en aquellos inviernos bastante fríos y con modestas alegrías. La leyenda recogida por Bécquer sobre El monte de las ánimas la conocí en una versión radiofónica, por estas fechas, hace años, y me dejó helada de pavor la primera vez que la escuché, con su terrible final, Beatriz muriendo de miedo mientras la voz de su primo la llama en la noche para traerle su cinta ensangrentada. Después, siendo yo maestra lo habíamos leído en clase, con los alumnos de más de diez años y creo que sigue produciendo en los niños algo crecidos la misma impresión, aunque los misterios, los fantasmas y los lobos ya no son lo que habían sido en otros tiempos.

Queremos olvidar la muerte, controlarla, pero sigue siendo de momento la única certeza de nuestro futuro imprevisible. Entiendo que se frivolice y que intentemos sacudirnos los temores disfrazándonos de esqueletos y muertos, aunque me sabe mal que todas las fiestas acaben reducidas a un eterno carnaval laico. Ànimes difuntes, al cel ens veiem juntes.