domingo, 1 de julio de 2012

Estadísticas, medias verdades y comprobaciones científicas

Marc Bloch fue un historiador francés que murió asesinado por los nazis. Su vida fue un ejemplo de coherencia ética y patriótica. Lo admiro por muchos motivos pero a pesar de esta admiración no estoy de acuerdo con él en algunas cosas. Claro que fue un hombre de su tiempo y después de aquella terrible segunda gran guerra europea hemos cambiado mucho, al menos en apariencia.

De familia judía, rechazaba la etiqueta y el estado israeliano, aunque admitía que se reconocía como judío sólo delante de un antisemita. Cosa que, en la época, tenía mucho mérito. Escribió un libro muy interesante sobre la derrota francesa ante los alemanes, en el año 1940, La extraña derrota. No vivió para poder analizar los resultados finales y la evolución de aquel mundo roto de forma tan brutal. Podía haber vivido bien, exiliarse, pero prefirió combatir, primero en el ejercito y después en la resistencia, cosa que le costó la vida.

Es precisamente esa devoción y admiración patrióticas hacia su Francia la que no comparto. Sin embargo, a un nivel mucho más pedestre, a menudo he pensado que también yo me reconozco como catalana -o catalanista, todo es cuestión de matices- ante un anticatalán. Huir como se pueda del poder de los estados y desear tener un estado propio me resulta algo extraño. El estado español, algunos de sus representantes, a menudo muy folklóricos como ese señor extremeño, digno heredero de aquel otro (por cierto, del otro partido) que nos trató prácticament de cacos, ha contribuído mucho al aumento del sentimiento independentista, el cual, nos dicen, en las últimas mediciones estadísticas algo triunfalistas para el sector ya llega al cincuenta y algo por ciento. Sé que las encuestas y los estudios suelen dar casi siempre los resultados esperados o previstos y, si no es así, siempre se arregla, se camufla, se disimula una realidad difícil de medir de forma objetiva.

No dudo del cincuenta y algo por ciento pero es un cincuenta por ciento en el cual creo que hay muchos y muchas como yo, que se declaran independentistas o nacionalistas, sobre todo, ante las provocaciones y los desprecios de un sector hispánico rancio y casposo, pero que en el fondo preferimos algo hoy muy devaluado, aquello de ser ciudadanos del mundo. Sólo faltaba lo del aragonés oriental. Las lenguas son siempre motivo de visceralidad, nadie es capaz de explicar de forma seria qué es o no es una lengua, las lenguas se solidifican gracias a los poderes académicos que acaban diciendo qué es bueno y qué es malo, qué es correcto y qué es incorrecto. Admito la necesidad de unas ciertas normas, para entendernos, más que nada por escrito. El resto es política, ideología, en la realidad todos nos comunicamos a través del chapurreado humilde y popular que no tiene esas fronteras tan definidas entre lo válido y lo que no lo es.

Hace poco escuché un debate interesante porque en él se insistía en un tema espinoso, el trato que se daría al castellano en un hipotético futuro catalán independiente. Es, de hecho, guste o no, una lengua también catalana, en la práctica cotidiana, cosa que antes parecía querer ocultarse y así se entraba en discusiones que levantaban ampollas y resentimientos, como, por ejemplo, si los libros de Marsé podían considerase -o no- literatura catalana -o barcelonesa-.

A veces cuanto más se habla de las cosas, peor. En religión, en política, suele ser así. Tú convives en paz hablando de lo que puedes y te dejan y siempre hay alguien dispuesto a corregirte o a decirte qué debes hacer o pensar. No importa que constates que aprendiste catalán con gran esfuerzo, trabajando y estudiando -en castellano, a causa de la época- y que la de momento poco lustrosa carrera literaria que has hecho la has hecho en catalán, cosa que otros más beligerantes no pueden decir. Es muy frecuente que quiénes más te predican sean los primeros en pasarse, y no a causa de peligros para la integridad física, sinó, sencillamente, por la pasta. Muchos escritores muy reivindicativos no han tenido ningún tipo de manías en escribir artículos muy bien pagados en castellano, claro que dicen que el periodismo es otra cosa, siempre hay justificaciones para todo, cuando hace falta. 


La Trinca nos cantó aquello tan bonito de las dos patrias y al cabo de cuatro días empezó a hacerlo todo en castellano. Hoy mismo recuperaba viejas canciones de los buenos tiempos de la Nova Cançó, que tan poco duraron, porque tenemos tendencia, en el país, a las capillitas y a hacer aquello que dicen arrencades de cavall i aturades de ruc, y constato como algunos jóvenes valores intentaron, sin mucho éxito, el cambio de idioma, después de haber protestado contra Serrat. Algunos no pudieron hacerlo porque parece ser que las pruebas les salieron fatal. Los puristas, los dogmáticos y los iluminados me dan mucho miedo, la verdad. 

Con el tiempo ves tantos cambios de camisa que ya no crees en nada o en poca cosa. Mucho menos, la verdad, en estudios y en estadísticas o en eso de qué está comprobado científicamente. Al final volvemos a creer por fe, por la fe del carbonero, aunque sea una fe en esos estudios que alguien debe pagar y que siempre se sabe, un día u otro, que han estado muy bien pagados y muy mal aprovechados. En todo caso, viendo como ha ido el tema entre los partidos que deberían incidir más en el tema, la poca unión y las ansias de poder, que suelen ser más peligrosas cuanto menos poder se tiene, no quiero tener que parafrasear aquello de contra Franco vivíamos mejor diciendo, algún día, contra España vivíamos mejor. Las visceralidades ibéricas y la miopía de un estado a menudo abusivo nos unieron ante el enemigo común, al menos de forma temporal, muy temporal, en una recordada manifestación pero las manifestaciones masivas son más emotivas que efectivas. Y una cosa es una encuesta y la otra ganar un referéndum oficial. Una cosa es predicar y la otra dar trigo. Me temo que mucha gente saldría corriendo de ese cincuenta por ciento así que le pidiesen alguna contribución en especies o en esfuerzo personal no pagado a la causa.

No creo que todos los políticos sean iguales aunque hoy se hayan convertido los partidos, como algunos sindicatos, en una especie de agencias de colocación. Estoy segura de qué hay  muy buena gente, vocacional y sacrificada, en la política, aunque probablemente no la dejen trabajar y acaben, como algunos casos que conozco, quemados de forma prematura. No debería ser la política una posibilidad de medrar y de llegar, ay, a jubilaciones suculentas a las cuales, que yo sepa, no renuncia nadie a favor de la patria oprimida o de la dignidad personal, al estilo de Cincinato. Al menos, de momento.

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