domingo, 24 de marzo de 2013

EL MISTERIO DE LOS JARDINES BOTÁNICOS


Montjuïc fue durante años la única naturaleza a mi alcance. Allí íbamos con mi padre los domingos por la mañana y allí nos llevaban a merendar en las pocas ocasiones en las cuales haciamos salidas con la escuela, básicamente en el jueves lardero. El destino más habitual era el Teatro Griego y algunos rincones de los Laribal. Montjuïc tenía entonces muchos rincones marginales, barrios de barracas en los cuales vivían también compañeras de escuela.

Uno de mis lugares preferidos es el antiguo Jardín Botánico, el Histórico, como le llaman actualmente. No supe de su existencia hasta la época de las Olimpiadas aunque una vez, con una amiguita, explorando por aquellos lugares entramos en él y recogimos muchos piñones. No había nadie y a veces mes sorprendo al pensar la libertad de la que gozábamos para según qué y las muchas prohibiciones que sufríamos para otras cosas, absolutamente sólidas e irreversibles. Después, el jardín estuvo durante mucho tiempo cerrado.
 Al lado de ese jardín había una especie de pantano, en el lugar de una de tantas antiguas canteras, y durante algunos años dejaron por allí, en libertad, ciervos, supongo que del zoológico, que a menudo íbamos a ver. Con los cambios en la ciudad y con las Olimpiadas llegó otro Jardín Botánico, más grande y especializado. El antiguo es hoy un remanso de paz, una maravilla.
La primera vez que leí las palabras Jardín Botánico fue en unos cuentos de Andersen, no sé si es en Las flores de la pequeña Ida donde se hace referencia a un jardín de ese tipo. En algún momento también leí que en Madrid había uno, creado por Carlos III. Incluso creo que en algún viajecito a la capital lo visité. Ignoré durante años la existencia de este, tan cercano, tan olvidado. Hoy, casi siempre que voy a Montjuïc, entro en él si está abierto. La primavera inicia en él su recorrido con cierta timidez, ya hay flores, pocas, la mayoría amarillas. 
No sé si debería hacer propaganda del lugar, es un peligro promocionar estas cosas. Le temo a la masificación turística que ha estropeado tantos lugares emblemáticos, solitarios, salvajes, desconocidos. Un poco de turismo está bien, el exceso banaliza los paisajes urbanos o rurales, facilita su explotación, su reconversión, lo unifica todo. 
Al lado del jardín está también el espacio de otros jardines, los del Palacete Albéniz, agradables, señoriales y a menudo visitables. El Palacete es más bonito por fuera que por dentro, en una ocasión hicimos cola con mi padre, durante las fiestas de la Merced, porque tenía curiosidad por conocer el interior del lugar dónde dormía el Rey cuando venía; no hago colas para nada, en general, pero he hecho colas para cosas relacionadas con mis hijos, o, como en este caso, con mi padre. Nos hicieron pasar deprisa y corriendo por unas salitas absolutamente sosas y convencionales, después de sufrir casi una deshidratación pues aún hacía mucho calor. Me han dicho que así de de deprisa se passa por la Capilla Sixtina y, además, después de pagar bastante, así que me temo que me la miraré por internet.
Las palabras Jardín Botánico me evocan todavía cierto misterio, flores raras, lugares sombreados, árboles magníficos, hombres misteriosos con lupas en la mano. El que comento es pequeño pero poético y espléndido. Una vez estuve en Florencia y visité un jardín botánico bastanta decepcionante, considerando la fama de la ciudad. Algo parecido me pasó hace años con el Zoo de Londres, en comparación con el de Barcelona, pero llevábamos niños y no todo han de ser cuadros de Turner.
 Al lado del jardín hay un espacio magnífico, también creado durante la mítica exposición de 1929, una falsa masia, muy bonita. Hoy estaban haciendo obras pero hace un tiempo que se puede entrar a verla, antes sólo se podía observar de lejos, cuando se subía hacia el Estadio. Tuve una compañera de escuela cuyo padre era médico en Can Valero, en los barrios de barracas, tenían una bonita casita con jardín y pozo y a menudo hacíamos guateques de la época en aquella casa privilegiada. 
Montjuïc me pareció siempre lleno de historias, de presente y de pasado, de verdades y leyendas. Su actualidad está ligada a los cambios que generó la  Exposición pero la generación de mis abuelos vio como cambiaba todo aquello, hasta entonces rural, popular, con huertos modestos y merenderos para los humildes. Siempre hay un rincón que desconocías, algo que ha cambiado, un recuerdo que llega del pasado de forma inesperada, ligado a un árbol, a un banco, a una fuente.
Con mi primera colla de adolescentes íbamos a menudo a pasear por Montjuïc, a patinar a La Foixarda. Tirábamos piedras a las fuentes, cazábamos renacuajos, entonces había muchos, y observábamos a las parejas ocultas, a ver qué hacían. Todo era misterioso y pecaminoso, entonces.
Espero que ese espacio se mantenga siempre tan hermoso aunque ya estoy escarmentada a causa de tantas pérdidas de paisajes personales, estropeados por mil causas. Admito que hay cosas que han mejorado, hoy Montjuïc ofrece panorámicas abiertas, lugares más cuidados, aunque se cargaron de mala manera el popular Parque de Atracciones y el ayuntamiento, que no deja hacer nada, construyó, él sí, el horrible hotel de Miramar para atraer, ay, más y más turistas. Y amplió de forma bárbara el teleférico para poder mover más turistas arriba y abajo. No he escrito sobre el castillo, pero esa es otra historia y la dejo para otro día.

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