viernes, 30 de enero de 2015

REFLEXIONES SENTIMENTALES SOBRE EL TEATRO Y OTRAS COSAS


Cuando yo era pequeña a veces en casa comentaban la muerte de alguien popular, en aquella época toda la información nos llegaba por la radio o por la prensa. A mi, la mayoría de aquellos nombres me decían poca cosa, la gente mayor de nuestra infancia parecía que siempre había sido mayor. Ahora resulta que está desfilando ya hacia el misterio de la nada toda una generación que me ha acompañado toda la vida, esa que tenía diez, quince o veinte años más que yo. Y no me refiero tanto a parientes, amigos, conocidos del entorno de nuestra vida cotidiana sino personajes populares que eran jóvenes, hermosos y admirados cuando éramos niños, que no nos conocieron aunque nosotros los hayamos conocido y reconocido y que forman parte de nuestro imaginario sentimental.

En mi infancia escuché muchos lamentos a causa de la supuesta muerte del teatro. Un gran número de teatros se habían reconvertido en cines, el cine sonoro y popular acabó con un paisaje antiguo, el del teatro como único lugar de ocio. En eso del teatro se pueden incluir muchas cosas, desde salas de categoría hasta ínfimos locales baratos y, también, sociedades donde los aficionados actuaban en cada día festivo. Zarzuela, comedia, drama, opereta, revista, mimo. 

Hubo de todo, bueno y malo. Y grandes actores y actrices y autores que merecieron monumentos, nombres de calles. Hace unos días, en mi otro blog en catalán, recordé a Teodoro Bonaplata, tiene una calle dedicada en mi barrio. En el teatro Victoria del Paralelo se ha repuesto la versión catalana y musical de Mar i Cel pero Bonaplata fue su primer protagonista, un inmenso Said,  y su buen hacer se comparó al de otros grandes actores franceses, italianos. Muchos de aquellos actores y actrices después de trabajar mucho se vieron casi en la miseria, en aquella época todo era más difícil. A menudo habían hecho largos viajes en barco, para ir a actuar a la América hispana, algunos incluso murieron en naufragios, como el gran Robreño, que falleció de sed en un islote olvidado.

Llegó la televisión y el teatro pareció revitalizarse. Los actores de la televisión se convirtieron en muy populares, eran buenos, muy buenos, un gran reclamo para las carteleras. Y se volvieron a reconvertir en cines algunos teatros y se abrieron incluso de nuevos, como el Moratín, en Barcelona, dónde vi a Amparo Baro, Terele Pávez y Carlos Ballesteros en una obra que ha envejecido mal, La casa de las Chivas, de Jaime Salom. En aquel momento impactó, se consideró una obra subida de tono y tocó un tema tabú, la guerra civil, aunque sin que se pusiera en duda quiénes eran los buenos y envuelta en un tono de redención santificada muy del gusto de la época.  También se hizo en cine aunque ya no tuvo el mismo empuje que en el teatro. La televisión nos ofrecía muy buen teatro, también en catalán, en unas incipientes emisiones en aquello que se llamó lengua vernácula ya que estábamos todavía en tiempos de eufemismos oportunistas y posibilistas.

Aquella tele también pasó a la historia. Olvidamos a algunos actores que siguieron trabajando en lo que podían. Las series americanas llenaron nuestras pantallitas de nuevos sueños y de nuevos héroes. De pronto volvieron nuevas series de televisión españolas, catalanas, el género se había casi olvidado pero se renovó y los viejos actores tuvieron nuevas oportunidades. Lo mismo pasó en otros países. Muchos actores del cine se adaptaron a la televisión y a lo que fuese. 

Amparo Baró tuvo suerte y volvió a ser un rostro popular, su apariencia apenas había cambiado, tampoco su voz. Volvimos a ver a Gema Cuervo, a Emma Penella. Incluso Tony Leblanc resucitó e incluso mejoró de salud gracias a la ilusión de volver a trabajar en lo suyo. Estas circunstancias han hecho que al desaparecer algunos de ellos no fuesen ya unos grandes olvidados y que la gente joven los conociese. No todos los de antes han tenido la misma suerte. Todos los trabajos tienen sus condicionantes pero me temo que el de actor o actriz tiene un componente añadido, el glamour, la fama efímera, nada es justo y no siempre triunfan los mejores. En todo cuenta la oportunidad, la casualidad, el azar. Fernando Fernán Gómez decía en una ocasión que los actores tenían, todos, vocación de triunfadores y que eso causaba mucha frustración. Pero eso mismo se podría decir de los escritores, de los pintores, de los cantantes, de los cocineros o los peluqueros. 

Todo pasa muy deprisa. Hoy el teatro también juega con la fama de las personas que salen en las series de televisión, hay muchos buenos actores jóvenes, ya no podemos ver buen teatro por la tele y las  series convencionales a veces se alargan demasiado aunque también eso creo que está cambiando. Todo cambia, se renueva, vuelve, resucita, nada vuelve a ser igual pero todo puede ser parecido, como pasa con las modas en el vestir. 

Ahora hay quién llora por los cines cerrados, esos cines que tan criticados fueron en mi infancia pues siempre parece que en el pasado había más calidad, cuando la verdad es que había de todo aunque a menudo sólo recordemos lo bueno. Con la desaparición de esos personajes se va también un poquito de nuestra propia vida, de nuestra historia íntima y sentimental, morimos a cachitos, sin darnos cuenta, a través de la muerte de los demás, por eso dicen que la gente longeva, que llega a ser centenaria, se siente muy sola y fuera de lugar, a pesar de la suerte, relativa, de haber vivido tanto.



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