jueves, 19 de mayo de 2016

LECTURAS, RECUERDOS Y LA HISTORIA REVISITADA


He reseñado para un blog cultural el libro de Luis del Val, La transició perpetua. Es una novela pero por sus páginas circula la historia cercana y complicada de la Transición y las tramas y los complots que se entrecruzaban mientras nosotros, los de más de sesenta años, vivíamos y criábamos a nuestros bebés. Los sucesos históricos son complejos y los queremos explicar en manuales y de forma esquemática, pero se nos escapan como agua en un cesto muchos detalles de forma inevitable, con el añadido de qué hay hechos que suceden de forma casual, inesperada, casi surrealista, aunque después se quieran interpretar casi en un contexto científico.
Estoy leyendo también el libro, denso y documentado, que Jordi Amat ha escrito sobre el contubernio de Munich y sus precedentes y consecuencias. Amat tiene otros libros interesantes en los cuales se analiza la historia reciente de Catalunya, a dónde hemos llegado e incluso lo que se perdió por el camino y se ha querido olvidar. La reciente visita de Otegui, tan aprovechada por unos y otros para arrimar el ascua a su sardina, me ha hecho pensar sobre el tema. Del Val, periodista con experiencia y me imagino que bien documentado, ofrece una visión muy poco romántica de muchos aspectos relacionados con ETA y con el laberinto político oculto de unos años de conspiraciones peligrosas y violencia latente.

Si incluso los que ya tenemos unos cuantos años nos perdemos un poco entre aquellos laberintos políticos creo que para la gente joven debe ser difícil situarse de forma algo objetiva en aquella época, aunque Amat es una persona relativamente joven y lo está intentado con éxito. Escribir una novela, como ha hecho Del Val, da más libertad aunque también puede condicionar y eso sucede con la historia sentimental que cuenta y que a veces no se entreteje de forma verosímil con las referencias históricas.

Está ahora de moda cargarse la Transición. No es nada extraño, es generacional, en mi juventud criticábamos a nuestros padres, que querían olvidar la Guerra Civil y se habían acomodado a la supervivencia al precio que fuese, incluso los que habían sido represaliados, ya conformados y casi contentos con una etapa de crecimiento económico importante, pleno empleo y el paso de la miseria al confort modesto, un paso de gigante que cuesta hoy de entender. Al fin y al cabo en Rusia y sus satélites, no nos engañemos, las pasaban bastante peor.

Una amiga historiadora me contaba hace un tiempo como había cierta reticencia universitaria a fomentar trabajos de investigación o tesis sobre aspectos de la Transición. Bastantes de sus protagonistas viven todavía. Es más cómodo investigar sobre la guerra y la primera postguerra y, sobre todo, novelar a lo tonto acerca de todo eso. Se publican una cantidad de novelas infumables sobre luchadores de izquierda, fascistas malísimos, represalias injustas, brigadistas valientes. El turismo bélico me produce repelús pero funciona y genera dinerito en muchas zonas rurales. La mayoría de esas novelas son cuentos chinos, los personajes son de una pieza y no pasarán a la historia de la literatura aunque incluso con esos materiales los buenos escritores, que no hace falta que sean fieles a una verdad difícil de explicar, son capaces de hacer algo que valga la pena y siempre surge una perla inesperada, claro.

Una novela histórica no precisa ni tan solo estar bien documentada, ni evitar los inevitables anacronismos, pero debe responder a algo, a una tesis, a un plan, reflejar la complejidad humana, la incoherencia. Becket no es una película fiel a la historia pero es una muy buena película que entra a fondo en la lucha entre poderes y en la supuesta psicología de los personajes y en su evolución. Releía hace poco Zorba, ese personaje inolvidable llevado con respeto a la pantalla, contradictorio, que ha sido violento y lo admite y se arrepiente sin tonterías ni discursos excesivos, un personaje humano y, por eso, intemporal y universal.

Los supervivientes de hoy somos hijos más bien de la Transición que de sus etapas anteriores, hijos rebeldes, críticos, injustos, poco informados incluso. Y una cosa es vivir, otra, leer. Los libros e investigaciones sobre aquella época deben hacerse sin prejuicios, creo que los dos que menciono lo intentan, cada uno en su género y en su estilo, no es fácil la objetividad cuando las consignas y los dogmas son más cómodos y nos dicen aquello que quizás queremos escuchar. Se publica mucho hoy, es posible que buenos libros nos pasen desapercibidos y que mediocridades promocionadas nos parezcan interesantes, así es el mundo. Mirar hacia atrás no sólo sin ira sino también sin prejuicios es difícil y complejo y las universidades de hoy, tan mediocres y justitas en el campo de las letras, no ayudan mucho. Pero, por suerte, tenemos internet y esa libertad de navegar por hemerotecas y artículos diversos, por blogs personales y reseñas espontáneas de libros, hechas sin ánimo de lucro y sin patrón que paga detrás.


Para todo hay que tener perspectiva. Nuestro presente también se idealizará y condenará dentro de unos cuantos años, yo ya no podré protestar ni opinar, la vida es breve, aunque hay quién llega a los más de cien años comiendo diariamente algo que ha llegado a estar casi prohibido por los expertos, huevos, incluso crudos. Hay que leer y pensar pero todo debe ponerse en cuarentena ya que al fin y al cabo los que dicen saber saben muy poco y deberían ser conscientes de ello.

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